Existe una alternativa
Adrián Bojorquez para GT Consultores
¿Cuál es la mejor manera de hacer el bien en el mundo?
Quizás no expresado en estas palabras exactas, pero esa era la esencia de lo que muchos estudiantes me estaban preguntando recientemente durante un curso. Ya conocen a esta clase de estudiantes, esos universitarios brillantes y serios para quienes las preocupaciones de la vida no han extinguido por completo la creencia de que el mundo puede ser un lugar mejor y que tal vez ellos contribuyan a lograrlo. Siempre pensativos y deliberados, ellos querían hablar sobre su futuro, en particular, qué camino después de terminar sus estudios deberían tomar para realizar sus sueños.
Mis respuestas sobre el tema fueron menos sobre tipos específicos de trabajos y más sobre los sectores en los que se realiza la mayor parte del trabajo. ¿Es el gobierno el mejor vehículo para perseguir el bien? Desarrollar políticas y programas que tengan una amplia influencia tiene su atractivo, pero la burocracia es lenta y eso aleja a los visionarios inquietos. Por el contrario, trabajar en el sector sin fines de lucro es una opción atractiva porque las organizaciones benéficas, entre otras cosas, son más ágiles que los gobiernos. Pero, por lo general, no se basan en un modelo financiero autosuficiente y, por lo tanto, al joven emprendedor le parecen una especie de solución parcial. Una curita, tal vez, pero ciertamente no es una solución.
¿Y los negocios? Ahora ahí hay una idea. Quizás no sea un negocio convencional que priorice la acumulación de capital, sobre todo, sino una empresa social. Esta alternativa combina la misión social de una organización sin fines de lucro, la flexibilidad de la que carecen los gobiernos y un modelo de sostenibilidad. Las decisiones se pueden tomar rápidamente, sin que las retenga una junta directiva (o niveles de supervisión del gobierno), y se puede gastar energía en el desarrollo de soluciones a los problemas sociales de una manera que se perpetúe a sí misma y que favorezca el mercado.
Los estudiantes no son los únicos que se sienten atraídos por estas formas innovadoras de abordar los problemas sociales. De hecho, la empresa social está de moda dentro y fuera de la academia. Enaltecemos al emprendedor social y tenemos fe en hacerlo bien haciendo el bien. Especialmente en comparación con las organizaciones sin fines de lucro, las empresas con fines sociales se enmarcan como algo completamente diferente: más eficiente, más sostenible y en general mejor.
Hay un problema: parece haber una miopía colectiva con respecto a la empresa social y su relación con la actividad sin fines de lucro. Aprendí esto mientras me preparaba para trabajar en el sector del comercio justo e inversión socialmente responsable como parte de un programa en el que colaboramos con la Fundación W.K. Kellogg. Mi primera razón para profundizar en un análisis de este sector fue comprender cómo las empresas de comercio justo y los inversores socialmente responsables equilibran sus impulsos centrados en las ganancias y orientados a la misión. Al conversar con propietarios de negocios de este tipo me sorprendió la frecuencia con la que hacían referencia a su dependencia de organizaciones sin fines de lucro, activistas de movimientos sociales, organizaciones benéficas de servicios humanos y otros elementos de la sociedad civil. Profundizando, quedó claro que, al menos en estas industrias de empresas sociales más esenciales, las empresas eran menos alternativas y dependían más profundamente de la sociedad civil para hacer que las cosas funcionaran.
Entonces, si bien las empresas con fines sociales a menudo se caracterizan como alternativas a las iniciativas privadas sin fines de lucro, las organizaciones en estas industrias, de hecho, se basan en gran medida de la contribución de la sociedad civil. Es por ello que en el más reciente Café Disruptivo de GT Consultores se comentó que es inexacto pensar en las empresas de la economía social como reemplazo de la iniciativa privada tradicional. Mi análisis destaca tres formas en que esto es así.
Primero, las empresas sociales dependen del apoyo financiero de la sociedad civil. La verdad es que es difícil administrar un negocio con un verdadero doble resultado, y los prestamistas tradicionales a veces dudan en poner capital a disposición del nuevo, y quizás arriesgado, emprendedor social que está al mando. Esto es especialmente evidente en la industria del comercio justo. Las organizaciones sin fines de lucro como la fundación W.K. Kellogg, sin embargo, actúan como bancos para estas organizaciones, haciendo que los fondos estén disponibles donde los mercados de capital tradicionales se quedan cortos.
En segundo lugar, las empresas sociales dependen de la sociedad civil para transmitir confianza y responsabilidad. A pesar de las tendencias que ponen a las empresas en la vanguardia de la producción de valor social, a veces sigue siendo difícil separar el trigo de la paja. Los consumidores saben que las empresas tradicionales, después de todo, tienen un incentivo para presentarse a sí mismas como prosociales, incluso si las ganancias son las que, en última instancia, impulsan sus decisiones. Debido a su mandato legal de estar orientados a la misión, las organizaciones sin fines de lucro pueden ser más fáciles de confiar. Por lo tanto, a medida que las empresas se involucran cada vez más en hacer el bien, se han basado cada vez más en organizaciones sin fines de lucro para transmitir su confiabilidad.
En tercer lugar, las empresas sociales dependen de la comprensión de su fin por parte de la sociedad civil para iniciar sus operaciones considerando que serán juzgadas como una empresa tradicional en cuanto a la calidad de sus productos o la eficiencia de sus procesos a la vez que luchan por crecer en un sector que no está creado para respetar sus valores de comercio justo y solidaridad lo que dificulta un crecimiento acelerado como el sistema capitalista ha acostumbrado al mercado.
Lo que nos es visible en forma es que la empresa social esconde una realidad mucho más compleja que ignoramos en nuestro detrimento. Los beneficios que puedan derivarse de los esfuerzos basados en el mercado para crear un cambio social se acumularán gracias a que prestemos atención también al elenco de apoyo que se ha vuelto menos visible pero que sigue siendo de importancia crítica y en el corazón de todo esto se encuentran esos emprendedores con unas grandes ansias de trabajar para ser un ejemplo en sus comunidades en la búsqueda de un cambio de paradigma hacia empresas que aunque mantengan los valores de la economía social no limiten su potencial de crecer. Pude observar un claro ejemplo de estos esfuerzos en mi más reciente visita al municipio de Tixmehuac, como parte del programa de formación a grupos productivos, donde Glenda y Socorro, 2 madres de familia con todo el trabajo que esto implica, nos llevaron a conocer su parcela y con gran orgullo nos presumieron el crecimiento de esta y nos comentaron que pronto podrán producir su propia materia prima para elaborar los frascos de cebolla roja y chile habanero en escabeche que actualmente venden en la red de comercialización donde han alcanzado en un muy corto tiempo la venta de 100 frascos de manera mensual y no ponen límites a su visión del futuro donde estoy seguro que irán por más.